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    Un instante que cuenta media vida

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    Ciertamente, Moya no tiene necesidad de anotar hora ni fecha, porque no hay manera de borrarle aquel día. Por 21 años, de sus 51, la vida ha sido más o menos igual, dedicada a partes iguales a su familia y al Hotel Los Jardines, donde todo pasó.

    Moya sostiene cuadro con foto de Fidel junto a trabajadores del Hotel Los JardinesEl verdor y lo cuidado del lugar a Moya le sacan sonrisas de orgullo

    La historia, confiesa, se la ha hecho a poca gente, pero aun así los detalles son bien nítidos en su cabeza y ya tiene notas, y hasta una foto, que quiere reproducir a mayor tamaño para que la anécdota le perviva.

    Era 2002, 25 de julio. Fidel descansaba cerca de Los Jardines, entre una inauguración y otra, en espera del acto central por el Día de la Rebeldía Nacional que vendría a la jornada siguiente.

    Con afanes de más precisión, debería decir Jorge Luis Moya Gómez, a quien todo el mundo llama Moya. Y debería decir Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. En las palabras del protagonista, los epítetos son todos grandes: “el Comandante”, “líder”, un “Él” que me imagino dicho en mayúsculas.

    El caso es que aquel día de julio a Moya le dieron la sorpresa de su vida. “A mí me llaman y me dicen: ‘¿Tú sabes a quién tienes en tu Reservado? Tienes al hombre más importante para nosotros los cubanos ahora mismo’. Sudé frío.

    “Él salió solo de la casa de protocolo —su hospedaje— y entró caminando solo por los pasillos. La muchacha que estaba en la Carpeta empezó a llorar, se emocionó y tuvimos que cambiarla. Fue hasta allá —señala la dirección con las manos—, directico al Reservado, y después salió al restaurante, donde estaban los trabajadores, y el cuerpo de seguridad y protección en pleno, que estaban almorzando.

    “Todo el mundo se para, por respeto, pero Él les dijo: ‘No, no, no, quédense sentados, sigan comiendo’”.

    Ese fue el momento de las fotos con los trabajadores. En la suya hay dos camareras, vestidas de azul y de bufanda, una cocinera sonriente y acabada de colar en la foto, justo al lado de Moya, delgado, de pelo abundante y pulóver rojo. Fidel al centro, sin mirar a la cámara, en un ademán de cortesía, para acomodar a las trabajadoras a su lado.

    Las palabras que intercambiaron tienen en la memoria de Moya la misma nitidez de la foto. “Chico, qué joven eres”, le dijo, a lo que siguieron bromas sobre el almuerzo, preguntas sobre la cantidad de trabajadores y responsabilidades en el hotel, y menciones al acto del día siguiente. Ninguno de los dos sabía entonces que sería la última vez que vendría Fidel a Ciego de Ávila.

    Habían pasado pocos minutos después de las 11:00 de la mañana. Concretamente, a las 11:30, Fidel se sentó a almorzar. Y conversando con los presentes se le debió ir pasando el tiempo, porque no se levantó hasta las 3:15 de la tarde. Su silla permanece marcada hasta hoy, en el mismo lugar, por el lapicero de Moya en ese entonces, con buena letra.

    Fondo de la silla donde se sentó Fidel con la marca que Moya escribió

    "Esto lo escribí en el momento"

    Otras marcas de la silla que se le hicieron posterior a la visita de Fidel

    "Ya estos carteles los escribí después, para que se vea mejor”

    “Ese día él durmió poco. Se acostó casi a las 3:00 de la madrugada, porque yo recuerdo ver a las taquígrafas pasar con las máquinas de escribir.

    Y ya a las 5:30 estaba levantándose para el acto. Por aquí enfrente pasaban los camiones con gente y nos gritaban ‘Cuiden a Fidel, cuiden a Fidel’. Lo recuerdo porque aquello me emocionaba muchísimo”.

    Para entonces, Fidel ya era un hombre maduro, pero a Moya le impresionaba su presencia física. “Era muy alto. Puedes ver en la foto que era más alto que yo. Y tenía una piel como rosadita, por la edad y su tez blanca”.

    Tanta era la impresión, y los sudores fríos, que le calaron. “Yo llevo 21 años aquí y para mí es la imagen más fuerte que tengo. Nunca me imaginé estar al lado suyo. Fue algo muy grande. Disculpa si me emociono —aquí tiene que hacer una pausa—. Eso es algo que no tiene explicación. Que una persona te inspire tanto respeto, tanta admiración…”.

    Y a juzgar por lo que cuenta, la emoción fue general. “Algunos lloraron. Un trabajador de aquí, ya retirado, tiene guardada la camisa que usó ese día. Y yo, bueno, ustedes ven… Esto es mi vida”.

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